Todo
es relativo, eso cualquiera que se haya detenido un poco a mirar lo
que ocurre cotidianamente lo debe saber. Hoy leía a Israel Alonso mencionando una canción de “Heroes del silencio” “detesto a
los tibios de vocación / y dicen que a la fuerza ahorcan”
Como
siempre habrá que saber, antes de ponernos a gritar, qué es un tibio.
Buscando el entorno de la frase de Bunbury, entriendo como tibio
aquel que no se define, alguien al que le resulta más sencillo que
otros piensen por él y va detrás del jefe balando la misma sintonía
que el resto del rebaño. No sabe qué dice ni por qué lo dice. Cree
fehacientemente que gracias a su jefe su entorno sobrevive y se
reproduce, aunque su jefe sea el mismísimo lobo.
Hasta
aquí yo también detesto a esos tibios. Esos que discutían conmigo
sobre literatura sólo porque se habían leído “Raíces” que pesa
diez veces más que “Historia de Cronopios y de Famas”. Esto que comento no sólo es
cierto, si no que además es verídico.
Hoy
estamos rodeados de esos tibios que, para colmo, cuentan con
herramientas tecnológicas que elevan su mediocridad a límites
insospechados y se sacan de la página más apócrifa de internet
noticias, ensayos y ¡hasta análisis científicos! que pueden
demostrar que si te tiras un pedo todos los días después de comer
no vas a sufrir cáncer de próstata o que si comes sandía con vino
tinto te mueres (te morís, que me diría, Charly Sterposo)
Yo
ya estoy un poco viejo y se me acaba la energía muy pronto. Ya no cojo esos sofocones, que tal vez con
treinta y pocos que tiene Isra también los cogía y tal vez peores. Ahora los miro,
sonrío y le aplico algo leí alguna vez por ahí:
- ¿Usted como se conserva tan joven?
-
Pues mire, no discutiendo con nadie
-
Pero hombre, por eso no será
-
Pues no será por eso
Trato
de escuchar a todos los que hablan conmigo, porque de todos se
aprende. No reniego del inculto ni del analfabeto, ya que yo lo soy en
miles de aspectos. Todos tienen su don que podría aportarme un
poquito más de sabiduría.
Eso si, exploto, por ejemplo, con el que se
cuela por mi agencia a enseñarme turismo y decirme cómo debo hacer
mi trabajo después de estar más de 21 años en el sector y habiendo
mamado de mi padre que entró en turismo nada menos que en el año 1964. Como otros, que el otro día en la feria del libro le indicaban a Mel y a otros
dibujantes profesionales como la copa de un pino, cómo debían hacer la viñetas... Y yo
aguantándome a mi mismo para no darle un guantazo ante tamaña falta
de respeto.
A esos “individuos” -y perdonen por la palabra- yo no los llamaría tibios. Simplemente son necios que unifican en su actitud todas las acepciones del significado de la RAE:
A esos “individuos” -y perdonen por la palabra- yo no los llamaría tibios. Simplemente son necios que unifican en su actitud todas las acepciones del significado de la RAE:
Aysss...
Y aquí entramos en lo que es mi opinión y que comenzará, tal vez,
una discusión.
Hay muchas personas con un criterio, a mi juicio, equivocadas. Siempre me ha gustado el juego de la mano para demostrar que la verdad no es una y que varias personas pueden decir cosas distintas y todas decir la verdad. En este juego uno se pone frente a otra persona, estira la mano y, guardando el dedo pulgar en la palma, le muestra el dorso de la mano a la persona que está enfrente. La pregunta: ¿Cuantos dedos ves? Me dirá cuatro y será verdad. Yo le diré que veo cinco, y también será verdad.
Hay muchas personas con un criterio, a mi juicio, equivocadas. Siempre me ha gustado el juego de la mano para demostrar que la verdad no es una y que varias personas pueden decir cosas distintas y todas decir la verdad. En este juego uno se pone frente a otra persona, estira la mano y, guardando el dedo pulgar en la palma, le muestra el dorso de la mano a la persona que está enfrente. La pregunta: ¿Cuantos dedos ves? Me dirá cuatro y será verdad. Yo le diré que veo cinco, y también será verdad.
Ahora
comienza la complejidad de la empatía, de ponerse en el lugar,
tiempo y situación de la otra persona. Hasta ahí fácil, cualquiera
con un poco de sentido común puede hacerlo. Pero cuando uno debe
ponerse en la capacidad intelectual, razonamiento e inteligencia del
de enfrente ya la cosa roza la utopía.
¿Cómo
poderse meter en la historia vivida por esa persona, en su educación,
en su culturización? Hay personas que tienen argumentos muy firmes para ser por ejemplo de derechas, ser capillita o ir a
misa todos los domingos y, siempre desde mi humilde juicio, tienen
todo el derecho de hacer lo que les plazca. Su libertad de criterio
es mi libertad de criterio. Incluso puedo ser amigo de ellos porque no necesariamente nos puede unir una inclinación política.
Dicen
que Voltaire dijo:
“No
comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a
decirlo.”
Por cierto, otros
dicen que lo dijo Quevedo.
Creo que
se debe saber escuchar hasta lo que no nos gusta, ya que siempre se
aprenderá algo; aunque sea aprender lo que no debo o quiero hacer.
En mi caso, hasta hace poco creía que los de derecha eran unos
pésimos gestores culturales y de libertades, pero unos excelentes
economistas (hasta que llego Rajoy y sus secuaces) y los de izquierda
todo lo contrario.
Hasta aquí podemos sentarnos Israel y yo a discutir horas y horas.
Y
entonces cuando estoy defendiendo la pluralidad de pensamiento es
cuando aparecen nuestros antes mencionados necios a llamarnos
“perroflautas” si compartimos las ideas del 15M, bolivarianos si
no condenamos una democracia como la venezolana o la de Argentina,
de antisistema si decimos que puede existir una democracia mejor y
más representativa, proetarra si decimos que los terroristas son unos asesinos, pero también son personas y tienen derechos... Y así un largo etcétera,
intentando censurar nuestro criterio, pero poniendo el grito en el
cielo clamando por la libertad de expresión si criticamos ese
menosprecio a nuestra opinión.
Desgraciadamente
para la necedad no hay remedio conocido.
A
veces me gustaría que uno de esos individuos se metiera en mi cabeza
y contemplara la elaboración de mis pensamientos y criterios.
Debates internos complejísimos tan solo para decidir si desayuno un
mollete o una viena, si con mantequilla, con paté o con jamón y
tomate. Todo un desgaste de energías en ese torbellino de neuronas
que muchas veces me dan más tormento que beneficios me otorgan.
Sinceramente dudo mucho que alguno salga cuerdo de tal experiencia... Cosa que, por otro lado, me lleva a dudar también de mi cordura
En
resumen, Isra: No merece la pena ni siquiera cabrearte. Ten a los
necios ahí, sopórtalos tal y como son y tal vez un día alguno diga
alguna genialidad (me contaron que una vez uno lo hizo, pero no he podido contrastar fuentes) y te cambie el criterio.
O
tal vez no