sábado, 21 de mayo de 2016

El último pasillo


Ya conocía todos los rincones de mi instituto femenino de Vancouver. Había estado en todas sus clases, salones y auditorios. Excepto en aquél aula al final de ese último pasillo que solo existía para albergar una puerta de acceso inútil, porque siempre estaba cerrada.
Mirando a través del cristal de la puerta, se podía ver que lo que había sido creado para albergar niñas adolescentes ahora solo almacenaba reliquias obsoletas: lo habían convertido en el trastero. Este trastero no sólo tenía el encanto de las cosas lejanas, tenía también el encanto de las cosas prohibidas: Siempre estaba cerrado bajo llave

Esta mañana Laura tenía una luz especial en sus ojos. 
Habitualmente Laura es todo niebla. Siempre está mirando a lo lejos, perdida. Su mundo no es éste, su lugar se esconde más allá del horizonte, donde sólo ella puede ver.
Pero hoy Laura brillaba. 

- ¡Ven, ven! - me llamó

Me acerqué a ella, me cogió de la mano y me llevó a aquel último pasillo. 

- ¡Mira! - me indicó señalando el cristal de la puerta del trastero
- ¿El trastero? ¿Hay algo en el trastero? - le pregunté sin siquiera hacer la  intención de mirar
- ¡Mira, por favor!

Me acerqué al cristal. Aquel lugar guardaba cosas que había mirado mil veces, pero que realmente nunca había visto con detenimiento: cajones de gimnasia rotos, pupitres antiguos, armarios de librerías y sobre todo una pared llena de taquillas, algunas con las puertas abiertas y otras retorcidas de haberlas reventado con una palanca. Prácticamente todas dejaban ver impúdicamente su interior: algunos dibujos románticos, muchos más obscenos, con fotos arrancadas, con restos ajados de labios y ojos impresos que antes pudieran haber pertenecido a alguna persona seguramente bella, pero que hoy no se podía distinguir su humanidad.

- ¿Qué tengo que ver?
- Allí, en aquella taquilla, la más cercana a nosotras.
- ¿La que tiene restos de un papel arrancado y una foto encima?
- Si, es él
- ¿Él?
- Mira su rostro limpio, puro. Su halo de frescura e inocencia ¿No es hermoso?
- Ehh... Laura... Es una foto... Y vieja. Tal vez sea ahora el marido de alguna de nuestras profesoras, incluso tenga su buena barriga y de su limpia sonrisa le falte más de un diente...
- ¡No! - me interrumpió en seco, como nunca antes la había visto – Él no es nadie más que él. Está ahí encerrado, siempre lo está. Creo que espera que yo, su heroína, lo rescate...
- Tenemos que ir a clase, Laura – le dije con una sonrisa.

Le acerqué su cabeza a mi hombro y nos fuimos en silencio por los pasillos.


A la misma hora que ayer, Laura ya estaba asomada a la puerta. A su puerta. 
Sonreía, entornaba los ojos y levantaba su pierna como si coqueteara con alguien. 
Sí,  estaba coqueteando con él

- Hola Nancy, no te he escuchado llegar
- Hola Laura – dije en voz baja y guardé silencio
- Hoy está más sonriente, se alegra de verme, ¿lo ves?
- Si.. Bueno.. 

Sinceramente no recordaba lo sonriente que estaba ayer, pero sin dudas su rostro brillaba, creo que alumbrado por la incandescencia de los ojos de Laura.. O tal vez no. Ya tenía mis dudas.

Lo que no cabía duda es que mi amiga se había convertido en un cometa. Alumbraba por donde pasaba y dejaba rastro. 

Ofelia, la reina de la colmena, se empeñaba en sacar ponzoña al ver ese cambio y esa luz que, por una vez la opacaba. Pero Laura se había vuelto completamente inmune y eso a Ofelia le desfiguraba el rostro de ira, tal vez por tragarse su propio veneno.
Yo siempre supe manejarme por encima de esos menesteres. Para las niñas populares yo era muy inmadura, siempre con mis dibujos y mis muñecas, aunque pocas sabían las oscuridades que había tras esas costumbres infantiles. Eso si, era abierta y simpática, por eso me dejaban en paz. 
Curiosamente mis amigas, mis verdaderas amigas, eran las raras. Esas que se reían porque tenían ganas de reír, que cazaban estrellas fugaces en las noches sin luna, que se enamoraban de quien les daba la gana.


Hoy ese maldito examen de historia me ha retrasado en la salida al recreo. Al doblar la esquina del último pasillo he encontrado a Laura sentada con la cabeza escondida entre su falda de tablas verde escocesa y sus rodillas. 
Pasaron mil cosas por mi cabeza, pero la primera fue ver a Ofelia vengándose de estos días en que tuvo que tragarse su inquina.

- ¡Nancy! ¿Te has enterado de la última? - apareció Ofelia de la nada, inusualmente eufórica
- ¿Qué le has hecho a Laura? - la corté en seco
- ¿Eh? ¿Yo? No gasto mis cartuchos en seres insignificantes – y se volvió para irse como ofendida
- Espera, Ofelia. - le dije cogiéndola por el brazo - ¿Cuál es la última?
- Han vaciado el trastero para hacer un aula de nuevas tecnologías – me dijo como perdonándome la vida.

El amenazante rostro de Ofelia comenzó a cambiar, toda esa firmeza se tornó flaccidez. Sus ojos azules se abrían cada vez más hasta tal punto que parecía que sus iris habían menguado. Su boca se abrió y quedó absorta mirando el pasillo principal. 
Al girar la cabeza vi un hombre alto y esbelto de unos treinta años. Moreno con barba de dos días, pero impecable. Con gafas de pasta negra. Un hombre que perfectamente podría haber estado en cualquiera de esas taquillas y que seguramente lo estaría en un futuro en más de una de las nuestras. Su áurea nos obligaba a seguirlo con la mirada y a sentir su presencia simplemente con acercarse. Era evidente que a todo el instituto le afectaba.

- Ese es... es el... nuevo profesor de nuevas tecnologías – balbuceó Ofelia intentando hablar aún con la boca abierta
- Buenos días, guapas – dijo el profesor con una sonrisa y muy seguro de si mismo

Giró por el último pasillo con destino al aula que próximamente sería su lugar de trabajo. Al encontrarse con Laura, que aún seguía sentada en el suelo, se agachó, le cogió con ternura la cara, le sonrió y le ayudó a ponerse de pie.

- ¿Qué te pasa? Una niña tan guapa no puede estar tan triste – El absurdo de sus palabras se perdonaban por su buena fe intentando consolar a alguien desconociendo el origen de su dolor
- Se ha marchado
- ¿Quién se ha marchado?
- Él. Se ha marchado sin mi

Laura comenzó a llorar, pero sin emitir un solo sonido, como si el más mínimo quejido profanase su inmenso dolor.  
El profesor, con una mirada, me invitó a hacerme cargo de Laura y entró en el antiguo trastero. Justo en ese momento, como si hubiesen desactivado un interruptor, Ofelia cerró la boca y cobró rigidez.
Le pasé mis brazo por los hombros a Laura y acaricié su pelo. En ese segundo, al levantar la cabeza Ofelia ya había desaparecido, como si nunca hubiera estado... Como es su costumbre.
Laura y yo caminamos despacio en dirección a nuestra clase.

- ¿Has visto qué guapo es el nuevo profesor?
- ¿Quién?
- El moreno que te ayudó a levantarte. Te llamó guapa
- No... No le he prestado atención. Ni siquiera me he dado cuenta que había un profesor...

Le di un pañuelo a Laura para que enjugara sus lágrimas y le arreglé un poco el pelo

- Antes de irse me dijo que tenía que jugar un partido muy importante afuera
- ¿Quién?
- Él
- ¿Si?
- Si, En Toronto. Con suerte lo llamarían para la selección Canadiense
- Seguro que lo consigue
- Sin duda. Y volverá para disfrutar de sus éxitos contigo
- Seguro que me olvidará
- No, Laura. Llevará tu nombre por donde vaya... Es un ángel
- Ángelo
- ¿Cómo?
- Ángelo. Me dijo que se llamaba Ángelo.

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Escrito por culpa del Sr. Israel Alonso que sugirió en el grupo El Casinillo (https://www.facebook.com/groups/casinillo/) un texto breve (¡BREVE!) sobre la foto...

lunes, 28 de marzo de 2016

Musas

“...y nada me gusta más que hacer canciones,
pero hoy las musas han pasao de mí,
andarán de vacaciones”
Joan Manuel Serrat


Cierro la puerta, me siento y empiezo a pelar unas mini tabletas de chocolate amargo. Siempre me han dicho que el cerebro se alimenta de azúcar y que el chocolate es alucinógeno, a ver si con un buen chute de Moser Roth 70% cocoa empieza a funcionar ese trozo de adoquín en que se convierte mi cerebro cuando dice que no tiene nada que decir. Al fin y al cabo no soy más que lo que él dictamina, daremos pues un poco de alucinógeno más a ver si este “sensato” deja de tener los pies en el suelo y puede comenzar a despegar.

Ahora que todos duermen, puedo sentarme frente al ordenador sin voces que me requieran diciendo “¿Papá qué escribes?” o “Papá ayúdame a buscar fotos de los fenicios”. Ahora que puedo robar unas horas de mi sueño para poder plasmar lo que mi imaginación me viene soltando en los momentos más inoportunos, es cuando todo lo que tenía previsto desaparece. El folio en blanco, que luego fue pantalla azul -con mi amado Wordperfect 5- y ahora es otra vez un folio en blanco pero virtualizado en la pantalla, parecen ser las gomas de borrar de todos lo cuentos, historias y epopeyas que hasta hace unos momentos guardaba en mi memoria... Y las musas escondidas por ahí descojonándose de risa de a costa mía.

Las malditas musas siempre nos dejan las historias perfectas en nuestra cabeza justo en el momento que estamos conduciendo o estamos atendiendo un cliente o en medio de una conversación importante y no podemos siquiera detenernos a apuntar esa idea.
Entonces, cuando hemos terminado esa tarea cotidiana -vulgar, pero imprescindible- revolvemos los cajones, la guantera del coche y hasta los rincones para hacernos con algo con qué escribir y en qué apuntar. He aquí que estas musas, en ese preciso momento, nos quitan ese tesoro de la cabeza y nos confunden con historias vanas y fatuas.
Plasmamos pues en ese papel esa idea a la que intentamos interpretar y sólo nos surge la pregunta ¿Esta mierda es la que me parecía tan genial?

Durmiendo. Tal vez así pueda retener lo suficiente esa idea efímera para poderla por fin plasmar eternamente en un escrito.

Una idea comienza entre sueños a acariciar mi cabeza con unas manos suaves perfumadas de poesía. En un acto reflejo, casi instintivo, consigo sujetar esas manos y abriendo los ojos contemplo extasiado a mi musa. No puedo dejarla escapar. Cambiando su rostro por mil caras me inflige tormento, desamor, dolor, pasión, odio. Pero no debe recordar cuánto ha curtido ya mi alma y aunque mis ojos están llenos de lágrimas, las enjugo haciéndome más fuerte aún.
Quiero ese escrito, ese texto que libere mi alma, que de oxígeno a mi vida.
Su rostro vuelve a ser apacible, hermoso. Con solo mirarla comprendo que ha accedido a mi ruego.

Me siento a escribir y las palabras surgen como nunca, fluyen vivas, hermosas, perfectas. Las frases provocan mil emociones con solo comenzar a leerlas. El texto es perfecto.
Minutos o tal vez horas después acabo mi obra -su obra- con un impecable final redondo, como nunca hubiese soñado.

Guardo mi texto. Libero a mi musa agradecido, la cual desaparece con una extraña sonrisa. Vuelvo a dormir relajado, un sueño plácido, pero vacío.

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Esta mañana al abrir lo que creía mi obra maestra me he encontrado con el escrito que antecede. Lo que fuera una genialidad es simplemente un escrito normal, vulgar: Un relato más.


Lo siento. Tal vez, como las flores, las maravillas también se pueden marchitar en una noche.
Aunque creo más probable que mi musa haya vengado su secuestro.

Escrito en Junio de 2015