domingo, 18 de mayo de 2008

Todo Cambia

Yo mismo, las otras noches resolví salir de mi encierro y lleno de ilusiones me encamine a cierta esquina que conozco.
Tenia ganas de fumar en silencio junto a tres o cuatro sujetos que se estacionan en ese lugar.
Pensaba además cosechar algún guiño amistoso después de estos años en que estuve tan ocupado.
Pero algo raro debe haber sucedido, porque no había nadie.
Alejandro Dolina, La Decadencia de la Amistad, Crónicas del Ángel Gris, 1988

El pasado sábado diez de mayo, Agu, Alba y yo decidimos salir por Cádiz. Hacía años que no salíamos un sábado por la noche. Alba tiene ya 6 años y todos nuestro tiempo y esfuerzos se han encaminado hacia ella.
Pero este Sábado era especial. Estaba la feria del libro en el Baluarte de la Candelaria. Antonio Gala firmando libros -aunque debo confesar que no tengo ni he leído libro alguno de este señor, a pesar que me cae simpático- era un gran atractivo... Pero mi atractivo especial era Mel firmando sus "Genaros". También quería que Alba se interesara por los libros y anduvimos rebuscando la literatura que podríamos ofrecerle mejor a una niña que está aprendiendo a leer y que un texto breve le puede parecer más largo que una novela de Stephen King.
Salimos del Baluarte de la Candelaria poco antes de las diez de la noche y decidimos recordar viejos tiempos y comer una bombita picante en la cervecería Alameda de la calle Zorrilla.
"Nos vamos a tener que aligerar que son casi las diez y aquello estará empetao" me dijo Agu y claro, con la niña lo mejor era buscar una mesa y poder darle de cenar tranquilamente.
Pocos minutos más tarde doblábamos la esquina de la Alameda con la calle Zorilla y descubrimos una calle, aunque familiar, desconocida. Habría a los sumo unas diez personas caminando por ella y ninguna con una cerveza en la mano. No había por allí ninguna de la caras conocidas de hace diez años. La Cervecería Alameda ahora es un Burguer y me pregunté ¿Dónde estará ahora Manolo y sus bombitas picantes?.
"Vamos a la Gaditana" dije al ver que parecía el único sitio que no había cambiado en este tiempo. Es curioso el pánico que entra cuando uno encuentra un sitio que fue suyo tan cambiado y cómo busca esas referencias para poderse encontrar a gusto. Podríamos haber entrado en cualquier bar, pero buscamos La Gaditana porque seguía siendo aquel sitio que dejamos, porque seguía siendo "nuestro".
Entrar al bar y verlo vacío le daba una dimensión desconocida. Parecía más amplio. "Le han quitado mesas" me dijo Agu. "No, le han quitado gente" le repliqué.
Entonces una voz rota me llamó la atención. Era Manolo. Y una alegría me invadió cuando en la carta pude leer "Bombita picante 2€".
En ese momento la conversación cambió. Comenzaron los recuerdos no ya de una pareja, si no de unos amigos que reencontraban sus orígenes, aquellos inviernos fríos del siglo pasado escudados en una cerveza y una bombita. Aquellas charlas fatuas que se quedaron olvidadas en aquellas mesas de mármol.
Cuando salimos la calle seguía vacía. No había ninguna cara conocida. La Plaza de Mina tenía prácticamente todos sus bancos libres. Sólo un local tenía cola en la entrada: Una heladería italiana.
Nos pedimos un helado cada uno y nos fuimos para casa.

2 comentarios:

leandro dijo...

Mi duda es...¿es ud. aquel Franz, cuya amistad compartíamos con unos tales "Chino", "Javier" etc.? Si es ud, entonxces soy yo, seguro asociado al recuerdo de Les Luthiers, pero jamás al de ir de contramano. Jamás aprendí a manejar...

De todos modos, excelente relato. Espero más capítulos...

Manu dijo...

Disculpe usted mi error por confundir aquella noche del coche en dirección prohibida. Supongo que sería otra persona la de ese momento. Lo que si estoy seguro es lo de la famosa fila 11 de Les Luthiers en el Teatro Coliseo.
Ya han pasado casi 20 años y la memoria juega muy malas pasadas.
Por cierto, muchas gracias por la crítica, máxime viniendo de una eminencia periodística que por lo que leo en Google te has convertido.
Si algún día tu trabajo te trae a este sur de Europa, pásate por el pueblo en que vivo, Conil, y tomamos unas cervezas y me pones al día de 20 años de recuerdos perdidos.