domingo, 28 de septiembre de 2014

El Ático de los Gatos

Nosotros, los raros, seres húmedos y verdes -cronopios al fin y al cabo- siempre caemos en la estupidez de querer mostrar los inverosímiles derroteros de nuestras neuronas desviadas. Neuronas que ven elefantes dentro de boas constrictor donde todos ven un sombrero
Por eso nos desvivimos por contar pensamientos imposibles que sólo pueden ser percibidos por nuestros sentidos. ¿Cómo poder explicarle a un ciego qué es el color verde?  ¿Y a un sordo la emoción que se siente al escuchar el último movimiento de la novena sinfonía de Beethoven?
A veces ocurre que, en búsqueda de esos seres que puedan entender nuestro pensamiento, nuestro punto de vista; conseguimos unir una maraña verde y húmeda en un mismo recinto, un teatro, una plaza o tal vez un bar.
Hoy ha ocurrido en un bar. Un bar adornado con miles de libros en estanterías que me hacían deleitar simplemente con ver sus lomos: “este lo tengo, este lo he leído...” Hasta libros de la colección Salvat de los 70, esos que me hicieron descubrir a un prohibidísimo Julio Cortázar en el año 82 en Buenos Aires con “La Isla a mediodía”
En La Buhardilla, en la calle Real, en San Fernando, se presentaba una revista en papel. Si, si, en papel; eso que no se queda sin batería y no se cuelga cuando estás en lo mejor de la trama.
La presentaba un admirado Israel Alonso y Rosario Troncoso -un proyecto suyo-, a la que había oído nombrar, pero poco había podido leer.
Para mi desgracia, en lo mejor de la presentación tuve que irme no sin antes llevarme dos ejemplares de “El ático de los gatos”. Por cierto, es la primera vez que me aplauden por interrumpir una presentación y juro que no he dicho nada ingenioso ni era aburrida.


Ya para entonces me había dado cuenta de que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo, razón de los matadores de brújulas” Julio Cortázar, Rayuela, capítulo1

Con 20 años los espejos me devolvían una imagen extraña ¿Quién era ese de ahí? Entonces salí a buscarme. Madrugadas enteras recorriendo Buenos Aires en bicicleta. Escribiendo cartas a completos desconocidos tratando de encontrar una señal de reciprocidad a una tormenta de pensamientos que me excedían. Pero las letras en papel de carta no eran suficiente. Necesitaba una frase urgente, precisa, oportuna. Una mirada amistosa tras una cerveza o una copa. Quise entonces escuchar las voces y mirar a los ojos a los autores de aquellas palabras que me llegaban atrapadas en un sobre y fui a buscarlos... Pero tampoco estaba allí lo que necesitaba.
Entonces una salida casual un sábado, unas copas, un restaurante chino y de repente...¿Cuántos éramos? ¿Diez? Dibujantes geniales, músicos sublimes, escritores, periodistas. Pero ante todo ingenio, creatividad. El arte surgía en cada reunión sin más musas que una pizza de mozarella o los ravioles de ricotta con salsa blanca del gallego del Pucará (buenísimos). Allí surgiría la revista (fanzine, no daba el presupuesto para más) que luego llamamos Sin Filtro, inspirado en unos cigarrillos “Gauloises Sans Filtre” que yo fumaba por aquellos tiempos. Ese ha sido el proyecto más bonito del que he formado parte.

Entonces fue cuando morí.

Era Mayo de 1990, de noche. Un vuelo de Iberia me llevaba directo al otro mundo, a España. A Cádiz, la tierra de mis padres.
Al poco tiempo los espejos me volvían a mostrar una imagen extraña. Quise salir a buscarme, pero no tuve más remedio que quedarme y tapar el espejo.

Han pasado muchos años, es simple sacar cuentas. Puedo decir que hace 24 años que tengo 24 años y no es elogio alguno, tan sólo que hace 24 años que no he podido evolucionar.

Esta tarde la revista “El Ático de los Gatos” me recordó a mi querida “Sin Filtro”. No por la revista en sí (ya quisiera haberme codeado con los nombres que en ella escriben y haber podido publicar con esas las calidades increíbles), si no por el proyecto, esa incontinencia de pensamientos que salen gritando exigiendo que lo plasmen en papel, que lo exhiban a los cuatro vientos... Y que yo llevo muchos años asesinándolos tras cerrar los ojos y ahogar sus voces en la almohada.

Hoy tal vez haya latido más el corazón. O simplemente haya latido por fin... Un solo latido

Quizás por eso esté escribiendo de nuevo

1 comentario:

Hernando Tejedor dijo...

La gente no se estanca, madura. Y las mejores cosas son de maduración lenta.
Abrazo grande.