“...y
nada me gusta más que hacer canciones,
pero hoy las musas han pasao de mí,
andarán de vacaciones”
pero hoy las musas han pasao de mí,
andarán de vacaciones”
Joan
Manuel Serrat
Cierro
la puerta, me siento y empiezo a pelar unas mini tabletas de
chocolate amargo. Siempre me han dicho que el cerebro se alimenta de
azúcar y que el chocolate es alucinógeno, a ver si con un buen
chute de Moser Roth 70% cocoa empieza a funcionar ese trozo de
adoquín en que se convierte mi cerebro cuando dice que no tiene nada
que decir. Al fin y al cabo no soy más que lo que él dictamina,
daremos pues un poco de alucinógeno más a ver si este “sensato”
deja de tener los pies en el suelo y puede comenzar a despegar.
Ahora
que todos duermen, puedo sentarme frente al ordenador sin voces que
me requieran diciendo “¿Papá qué escribes?” o “Papá ayúdame
a buscar fotos de los fenicios”. Ahora que puedo robar unas horas
de mi sueño para poder plasmar lo que mi imaginación me viene
soltando en los momentos más inoportunos, es cuando todo lo que
tenía previsto desaparece. El folio en blanco, que luego fue
pantalla azul -con mi amado Wordperfect 5- y ahora es otra vez un
folio en blanco pero virtualizado en la pantalla, parecen ser las
gomas de borrar de todos lo cuentos, historias y epopeyas que hasta
hace unos momentos guardaba en mi memoria... Y las musas escondidas
por ahí descojonándose de risa de a costa mía.
Las
malditas musas siempre nos dejan las historias perfectas en nuestra
cabeza justo en el momento que estamos conduciendo o estamos
atendiendo un cliente o en medio de una conversación importante y no
podemos siquiera detenernos a apuntar esa idea.
Entonces,
cuando hemos terminado esa tarea cotidiana -vulgar, pero
imprescindible- revolvemos los cajones, la guantera del coche y hasta
los rincones para hacernos con algo con qué escribir y en qué
apuntar. He aquí que estas musas, en ese preciso momento, nos quitan
ese tesoro de la cabeza y nos confunden con historias vanas y fatuas.
Plasmamos
pues en ese papel esa idea a la que intentamos interpretar y sólo
nos surge la pregunta ¿Esta mierda es la que me parecía tan genial?
Durmiendo.
Tal vez así pueda retener lo suficiente esa idea efímera para
poderla por fin plasmar eternamente en un escrito.
Una
idea comienza entre sueños a acariciar mi cabeza con unas manos
suaves perfumadas de poesía. En un acto reflejo, casi instintivo,
consigo sujetar esas manos y abriendo los ojos contemplo extasiado a
mi musa. No puedo dejarla escapar. Cambiando su rostro por mil caras
me inflige tormento, desamor, dolor, pasión, odio. Pero no debe
recordar cuánto ha curtido ya mi alma y aunque mis ojos están
llenos de lágrimas, las enjugo haciéndome más fuerte aún.
Quiero
ese escrito, ese texto que libere mi alma, que de oxígeno a mi vida.
Su
rostro vuelve a ser apacible, hermoso. Con solo mirarla comprendo que
ha accedido a mi ruego.
Me
siento a escribir y las palabras surgen como nunca, fluyen vivas,
hermosas, perfectas. Las frases provocan mil emociones con solo
comenzar a leerlas. El texto es perfecto.
Minutos
o tal vez horas después acabo mi obra -su obra- con un impecable
final redondo, como nunca hubiese soñado.
Guardo
mi texto. Libero a mi musa agradecido, la cual desaparece con una
extraña sonrisa. Vuelvo a dormir relajado, un sueño plácido, pero
vacío.
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Esta
mañana al abrir lo que creía mi obra maestra me he encontrado con
el escrito que antecede. Lo que fuera una genialidad es simplemente
un escrito normal, vulgar: Un relato más.
Lo
siento. Tal vez, como las flores, las maravillas también se pueden
marchitar en una noche.
Aunque creo más probable que mi musa haya vengado su secuestro.
Aunque creo más probable que mi musa haya vengado su secuestro.
Escrito en Junio de 2015
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