jueves, 27 de septiembre de 2018

Odio


Una vez, cuando era chico, en pleno ataque de odio a un maestro por una reprimenda que me dejó en evidencia frente a toda la clase, comencé a dejarme llevar por mi imaginación alimentada por mi odio. Tal era el enfado que sentía hacia esa persona que comencé a gozar imaginando que le ocurrían todo tipo de desgracias: Que se le morían los hijos, que lo echaban del colegio y terminaba viviendo en la calle y cosas similares.

Teniendo en cuenta que por entonces debía yo tener unos diez años y mi cabeza parecía una olla a presión, poco habría de extraño en lo que acabo de contar y, aunque tal vez algo macabro, no dejaba de ser hasta inocente.

Pero lo que yo quiero contar empezó cuando la adrenalina bajaba e iba eliminando ese extraño velo que provoca la ira. Aún seguía con ojos asesinos todos sus movimientos cuando comencé a detenerme a observar su vestimenta, sus zapatos, su camisa.
Me imaginé a ese hombre vistiéndose por las mañanas cada día, eligiendo su ropa, o tal vez eligiéndosela su mujer, calzándose sus zapatos.
Imaginé la escena cotidiana del desayuno familiar en el salón o tal vez en la cocina, con sus hijos… ¿Cómo sería ese hombre, tan estricto con nosotros, con ellos? ¿Y con su mujer?
Imaginé la vestimenta que estaba usando colgada en la tienda de ropa cuando la estaba eligiendo y tal vez diciéndole a su esposa “¡Mira que camisa tan bonita!”
Imaginé el sabor de su café en el desayuno, imaginé su hastío de colegio, de gritos y de niños, sentí su alegría en momentos que no conseguía imaginar, pero que sabía que existirían. Y el dolor sus pérdidas, sus derrotas diarias y conflictos familiares.
Entonces recordé que hacía tan solo un momento había disfrutado imaginando ese dolor y me invadió esa sensación oprimente que significa la pérdida de un ser querido –aún estaba presente en mi cabeza la pérdida de mi abuelo y esa impotencia de ser consciente que nunca más iba a sentir sus besos y sus abrazos-, de estar desamparado y solo.
Y me sentí un miserable.
Mis ojos, que hasta entonces mantenía encendidos de ira y desafiantes, sosteniendo la mirada como si salieran rayo de ellos, estaban ahora hundidos y mirando hacia el suelo.

Terminó la clase. Mi conciencia me decía que debía acercarme y disculparme. Mi orgullo me decía que jamás, antes muerto que reconocer mi error. Ya bastante tenía con esa sensación de ahogo que me provocaba la culpa. Nadie hay más tirano que uno mismo para infringirse un castigo.
Caminaba cabizbajo buscando la puerta de la clase en dirección al patio cuando resonó su voz como un trueno en medio del bullicio

- ¡Escarcena!

Levanté la mirada preguntándome qué querría ahora este hombre. El simple pensamiento de una nueva retahíla me hacía sentir como si me estuviese aplastando una losa. Lo miré no ya con odio en mi cara, si no con algo así como confusión

- Que no vuelva a ocurrir ¿De acuerdo?

Asentí lentamente. Bajé la cabeza y me fui en silencio hacia el patio.

domingo, 15 de octubre de 2017

EL MAR

..ni en Cádiz hay un río
que es el que suele las coplas llevar.
Pero si los ríos al mar desembocan,
resulta que a Cádiz vienen a parar...”
        Paco Alba

Y allí estarán, junto con mis letras,
mis lágrimas disueltas
entre tantas que forman el mar.
Y tu te vas como esa gaviota errante
que se desdibuja con el sol en el horizonte

Lejana mía ¿Cómo poder tenerte?
¿Quién podrá decírmelo?

Cierro los ojos y veo tu cara, tus ojos,
y la soledad desgarrante que existe al abrirlos
rompe mi corazón en miles de lágrimas

Amada mía, siento lo mismo que sintió Pablo.
Porque esto es un puerto...
Porque aquí te amo.
Y amaré el mar
porque el mar eres tu.

Tal vez mi destino sea esa búsqueda.
Tal vez perderme en el mar...
Perderme en ti

                                                    F. Manuel Escarcena 04/10/2000
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miércoles, 1 de marzo de 2017

Escribir


Alguno que ha leído lo que escribo me ha dicho que escribo bien. Incluso que muy bien, cosa que ya me parece exagerado. Porque ¿Qué es escribir bien? Si tengo dudas sobre lo que es “escribir bien” podrán imaginarse hasta dónde puede llegar en “escribir muy bien”

Lo cierto es que nunca he hecho ningún taller literario, nadie me ha dicho cómo debo escribir, qué frase debo usar o en qué orden poner las palabras para que tengan más o menos fuerza. Tan solo intercambios de textos con amiguetes, escuchar sus críticas y sobre todo leer y leer.

Cuando escribo busco como una música. Un sonido de palabras que no desafinen, que suenen dulces para mi oído. Trato de ver a alguien frente a mi al que le voy contando lo que se me cruza por la cabeza: Esa historia que me he imaginado, esa anécdota que me ha ocurrido o esa duda, como en este caso, que me corroe. Nada más.

A mi me duele escribir. Me duele sacar esas ideas complejas. Me duele traducir a palabras un sentimiento, una duda.

Recuerdo que en la secundaria, en literatura nos enseñaban que una novela o cuento tenía planteamiento, nudo y desenlace, cosa que yo nunca supe distinguir ¿Dónde empieza cada uno y por qué? ¿No se puede escribir de otra forma? Esas preguntas -yo también estaba leyendo por aquellas fechas a Cortázar y a Levrero-, el haber leído de antemano casi todos los libros del curso y tener un criterio distinto que el de la profesora y dudar cuando aludía a ciertos nombres, supongo que importantes, para fundamentar su opinión, hicieron casi milagroso aprobar la asignatura.

Yo nunca me he planteado esos esquemas, las cosas me salen así, como el abuelo que cuenta sus batallitas: espontáneas. Es cierto que luego las pulo, las corrijo y las adorno, pero la base sale de mi mente de forma natural, sin estructura premeditada.

Después de esta parrafada me sigue quedando la duda ¿Está esto bien escrito? ¿Por qué?
Y ahora encasillémoslo. Porque esto es un ensayo ¿no? ¿Y por qué es un ensayo?
Cuando uno lee a Arlt en sus Aguafuertes o a Dolina no sabe dónde empieza el ensayo y termina el cuento corto.

Volviendo a lo que quería decir. No me importa si escribo bien – cierto es que trato de hacerlo lo mejor posible- me importa lo que tengo que decir. Escribir es la necesidad del que escucha mucho y dice poco y no le queda más remedio que expresarse en el único momento en que nadie habla: En el silencio de un cuarto, una pantalla de ordenador -o un cuaderno y un bolígrafo en cualquier otro rincón ¿por qué no?- para plasmar esas imágenes, dudas y sentimientos que le van rondado en la rutina diaria y nos volvería locos, o más locos si cabe, si no las expulsáramos.

Hasta aquí mi terapia. Ahora por favor, si podéis y queréis, contestad a mis preguntas.

Gracias

sábado, 21 de mayo de 2016

El último pasillo


Ya conocía todos los rincones de mi instituto femenino de Vancouver. Había estado en todas sus clases, salones y auditorios. Excepto en aquél aula al final de ese último pasillo que solo existía para albergar una puerta de acceso inútil, porque siempre estaba cerrada.
Mirando a través del cristal de la puerta, se podía ver que lo que había sido creado para albergar niñas adolescentes ahora solo almacenaba reliquias obsoletas: lo habían convertido en el trastero. Este trastero no sólo tenía el encanto de las cosas lejanas, tenía también el encanto de las cosas prohibidas: Siempre estaba cerrado bajo llave

Esta mañana Laura tenía una luz especial en sus ojos. 
Habitualmente Laura es todo niebla. Siempre está mirando a lo lejos, perdida. Su mundo no es éste, su lugar se esconde más allá del horizonte, donde sólo ella puede ver.
Pero hoy Laura brillaba. 

- ¡Ven, ven! - me llamó

Me acerqué a ella, me cogió de la mano y me llevó a aquel último pasillo. 

- ¡Mira! - me indicó señalando el cristal de la puerta del trastero
- ¿El trastero? ¿Hay algo en el trastero? - le pregunté sin siquiera hacer la  intención de mirar
- ¡Mira, por favor!

Me acerqué al cristal. Aquel lugar guardaba cosas que había mirado mil veces, pero que realmente nunca había visto con detenimiento: cajones de gimnasia rotos, pupitres antiguos, armarios de librerías y sobre todo una pared llena de taquillas, algunas con las puertas abiertas y otras retorcidas de haberlas reventado con una palanca. Prácticamente todas dejaban ver impúdicamente su interior: algunos dibujos románticos, muchos más obscenos, con fotos arrancadas, con restos ajados de labios y ojos impresos que antes pudieran haber pertenecido a alguna persona seguramente bella, pero que hoy no se podía distinguir su humanidad.

- ¿Qué tengo que ver?
- Allí, en aquella taquilla, la más cercana a nosotras.
- ¿La que tiene restos de un papel arrancado y una foto encima?
- Si, es él
- ¿Él?
- Mira su rostro limpio, puro. Su halo de frescura e inocencia ¿No es hermoso?
- Ehh... Laura... Es una foto... Y vieja. Tal vez sea ahora el marido de alguna de nuestras profesoras, incluso tenga su buena barriga y de su limpia sonrisa le falte más de un diente...
- ¡No! - me interrumpió en seco, como nunca antes la había visto – Él no es nadie más que él. Está ahí encerrado, siempre lo está. Creo que espera que yo, su heroína, lo rescate...
- Tenemos que ir a clase, Laura – le dije con una sonrisa.

Le acerqué su cabeza a mi hombro y nos fuimos en silencio por los pasillos.


A la misma hora que ayer, Laura ya estaba asomada a la puerta. A su puerta. 
Sonreía, entornaba los ojos y levantaba su pierna como si coqueteara con alguien. 
Sí,  estaba coqueteando con él

- Hola Nancy, no te he escuchado llegar
- Hola Laura – dije en voz baja y guardé silencio
- Hoy está más sonriente, se alegra de verme, ¿lo ves?
- Si.. Bueno.. 

Sinceramente no recordaba lo sonriente que estaba ayer, pero sin dudas su rostro brillaba, creo que alumbrado por la incandescencia de los ojos de Laura.. O tal vez no. Ya tenía mis dudas.

Lo que no cabía duda es que mi amiga se había convertido en un cometa. Alumbraba por donde pasaba y dejaba rastro. 

Ofelia, la reina de la colmena, se empeñaba en sacar ponzoña al ver ese cambio y esa luz que, por una vez la opacaba. Pero Laura se había vuelto completamente inmune y eso a Ofelia le desfiguraba el rostro de ira, tal vez por tragarse su propio veneno.
Yo siempre supe manejarme por encima de esos menesteres. Para las niñas populares yo era muy inmadura, siempre con mis dibujos y mis muñecas, aunque pocas sabían las oscuridades que había tras esas costumbres infantiles. Eso si, era abierta y simpática, por eso me dejaban en paz. 
Curiosamente mis amigas, mis verdaderas amigas, eran las raras. Esas que se reían porque tenían ganas de reír, que cazaban estrellas fugaces en las noches sin luna, que se enamoraban de quien les daba la gana.


Hoy ese maldito examen de historia me ha retrasado en la salida al recreo. Al doblar la esquina del último pasillo he encontrado a Laura sentada con la cabeza escondida entre su falda de tablas verde escocesa y sus rodillas. 
Pasaron mil cosas por mi cabeza, pero la primera fue ver a Ofelia vengándose de estos días en que tuvo que tragarse su inquina.

- ¡Nancy! ¿Te has enterado de la última? - apareció Ofelia de la nada, inusualmente eufórica
- ¿Qué le has hecho a Laura? - la corté en seco
- ¿Eh? ¿Yo? No gasto mis cartuchos en seres insignificantes – y se volvió para irse como ofendida
- Espera, Ofelia. - le dije cogiéndola por el brazo - ¿Cuál es la última?
- Han vaciado el trastero para hacer un aula de nuevas tecnologías – me dijo como perdonándome la vida.

El amenazante rostro de Ofelia comenzó a cambiar, toda esa firmeza se tornó flaccidez. Sus ojos azules se abrían cada vez más hasta tal punto que parecía que sus iris habían menguado. Su boca se abrió y quedó absorta mirando el pasillo principal. 
Al girar la cabeza vi un hombre alto y esbelto de unos treinta años. Moreno con barba de dos días, pero impecable. Con gafas de pasta negra. Un hombre que perfectamente podría haber estado en cualquiera de esas taquillas y que seguramente lo estaría en un futuro en más de una de las nuestras. Su áurea nos obligaba a seguirlo con la mirada y a sentir su presencia simplemente con acercarse. Era evidente que a todo el instituto le afectaba.

- Ese es... es el... nuevo profesor de nuevas tecnologías – balbuceó Ofelia intentando hablar aún con la boca abierta
- Buenos días, guapas – dijo el profesor con una sonrisa y muy seguro de si mismo

Giró por el último pasillo con destino al aula que próximamente sería su lugar de trabajo. Al encontrarse con Laura, que aún seguía sentada en el suelo, se agachó, le cogió con ternura la cara, le sonrió y le ayudó a ponerse de pie.

- ¿Qué te pasa? Una niña tan guapa no puede estar tan triste – El absurdo de sus palabras se perdonaban por su buena fe intentando consolar a alguien desconociendo el origen de su dolor
- Se ha marchado
- ¿Quién se ha marchado?
- Él. Se ha marchado sin mi

Laura comenzó a llorar, pero sin emitir un solo sonido, como si el más mínimo quejido profanase su inmenso dolor.  
El profesor, con una mirada, me invitó a hacerme cargo de Laura y entró en el antiguo trastero. Justo en ese momento, como si hubiesen desactivado un interruptor, Ofelia cerró la boca y cobró rigidez.
Le pasé mis brazo por los hombros a Laura y acaricié su pelo. En ese segundo, al levantar la cabeza Ofelia ya había desaparecido, como si nunca hubiera estado... Como es su costumbre.
Laura y yo caminamos despacio en dirección a nuestra clase.

- ¿Has visto qué guapo es el nuevo profesor?
- ¿Quién?
- El moreno que te ayudó a levantarte. Te llamó guapa
- No... No le he prestado atención. Ni siquiera me he dado cuenta que había un profesor...

Le di un pañuelo a Laura para que enjugara sus lágrimas y le arreglé un poco el pelo

- Antes de irse me dijo que tenía que jugar un partido muy importante afuera
- ¿Quién?
- Él
- ¿Si?
- Si, En Toronto. Con suerte lo llamarían para la selección Canadiense
- Seguro que lo consigue
- Sin duda. Y volverá para disfrutar de sus éxitos contigo
- Seguro que me olvidará
- No, Laura. Llevará tu nombre por donde vaya... Es un ángel
- Ángelo
- ¿Cómo?
- Ángelo. Me dijo que se llamaba Ángelo.

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Escrito por culpa del Sr. Israel Alonso que sugirió en el grupo El Casinillo (https://www.facebook.com/groups/casinillo/) un texto breve (¡BREVE!) sobre la foto...

lunes, 28 de marzo de 2016

Musas

“...y nada me gusta más que hacer canciones,
pero hoy las musas han pasao de mí,
andarán de vacaciones”
Joan Manuel Serrat


Cierro la puerta, me siento y empiezo a pelar unas mini tabletas de chocolate amargo. Siempre me han dicho que el cerebro se alimenta de azúcar y que el chocolate es alucinógeno, a ver si con un buen chute de Moser Roth 70% cocoa empieza a funcionar ese trozo de adoquín en que se convierte mi cerebro cuando dice que no tiene nada que decir. Al fin y al cabo no soy más que lo que él dictamina, daremos pues un poco de alucinógeno más a ver si este “sensato” deja de tener los pies en el suelo y puede comenzar a despegar.

Ahora que todos duermen, puedo sentarme frente al ordenador sin voces que me requieran diciendo “¿Papá qué escribes?” o “Papá ayúdame a buscar fotos de los fenicios”. Ahora que puedo robar unas horas de mi sueño para poder plasmar lo que mi imaginación me viene soltando en los momentos más inoportunos, es cuando todo lo que tenía previsto desaparece. El folio en blanco, que luego fue pantalla azul -con mi amado Wordperfect 5- y ahora es otra vez un folio en blanco pero virtualizado en la pantalla, parecen ser las gomas de borrar de todos lo cuentos, historias y epopeyas que hasta hace unos momentos guardaba en mi memoria... Y las musas escondidas por ahí descojonándose de risa de a costa mía.

Las malditas musas siempre nos dejan las historias perfectas en nuestra cabeza justo en el momento que estamos conduciendo o estamos atendiendo un cliente o en medio de una conversación importante y no podemos siquiera detenernos a apuntar esa idea.
Entonces, cuando hemos terminado esa tarea cotidiana -vulgar, pero imprescindible- revolvemos los cajones, la guantera del coche y hasta los rincones para hacernos con algo con qué escribir y en qué apuntar. He aquí que estas musas, en ese preciso momento, nos quitan ese tesoro de la cabeza y nos confunden con historias vanas y fatuas.
Plasmamos pues en ese papel esa idea a la que intentamos interpretar y sólo nos surge la pregunta ¿Esta mierda es la que me parecía tan genial?

Durmiendo. Tal vez así pueda retener lo suficiente esa idea efímera para poderla por fin plasmar eternamente en un escrito.

Una idea comienza entre sueños a acariciar mi cabeza con unas manos suaves perfumadas de poesía. En un acto reflejo, casi instintivo, consigo sujetar esas manos y abriendo los ojos contemplo extasiado a mi musa. No puedo dejarla escapar. Cambiando su rostro por mil caras me inflige tormento, desamor, dolor, pasión, odio. Pero no debe recordar cuánto ha curtido ya mi alma y aunque mis ojos están llenos de lágrimas, las enjugo haciéndome más fuerte aún.
Quiero ese escrito, ese texto que libere mi alma, que de oxígeno a mi vida.
Su rostro vuelve a ser apacible, hermoso. Con solo mirarla comprendo que ha accedido a mi ruego.

Me siento a escribir y las palabras surgen como nunca, fluyen vivas, hermosas, perfectas. Las frases provocan mil emociones con solo comenzar a leerlas. El texto es perfecto.
Minutos o tal vez horas después acabo mi obra -su obra- con un impecable final redondo, como nunca hubiese soñado.

Guardo mi texto. Libero a mi musa agradecido, la cual desaparece con una extraña sonrisa. Vuelvo a dormir relajado, un sueño plácido, pero vacío.

- - - - - - - -

Esta mañana al abrir lo que creía mi obra maestra me he encontrado con el escrito que antecede. Lo que fuera una genialidad es simplemente un escrito normal, vulgar: Un relato más.


Lo siento. Tal vez, como las flores, las maravillas también se pueden marchitar en una noche.
Aunque creo más probable que mi musa haya vengado su secuestro.

Escrito en Junio de 2015

lunes, 14 de diciembre de 2015

Compañero del alma


¡Feliz cumpleaños, compañero!

Ya ves acá el pesado que se sigue acordando de ti.
Si, si, lo sé. Pero no me pidas que vuelva a hablar en porteño, que ya se me está olvidando. Cada vez me cuesta más acordarme del acento, de las palabras y las expresiones; ya se puede decir que soy medio de cada lado: 24 años allá y 25 años acá (tendré que volver un tiempo a Buenos Aires para ir compensando).
Como te decía, cada 14 de Diciembre estás en mi memoria y si mis cálculos no fallan cumplirías hoy 48 años. También es cierto que me ayudan la sucesión de cumpleaños de el tío Pepe (que ya ha cumplido 80 años), el de Merche y seguido el tuyo. Recuerdo que en nuestra niñez estos días eran días de júbilo, toda una fiesta continuada. Ahora esta fiesta se ha quedado corta, nos han quitado un día.

El día que me contaron que te habías ido, había pasado ya una semana. En aquellos tiempos estaba yo de promociones de Conil por media España y llegué después de estar 9 días afuera. Merche me llevó a una cafetería cerca de casa y me dio la noticia. 
No es que no sintiera nada, es que no comprendía cómo podía caber tanto dolor en sólo cuatro palabras: "Juanjo se ha  muerto"

¿Cuanto ha pasado ya? Casi 17 años sin ti. 
La verdad que te echo de menos, compañero.

Una vez más feliz cumpleaños, amigo. Te pongo a continuación la poesía que, sin duda, te viene nombrando en mi cabeza desde que te fuiste. También aquellos gritos de dolor que plasmé como pude esa noche que supe que nunca más te volvería a ver.

Muchos besos primo, amigo, compañero

                                                                                                                                                       

ELEGÍA


(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

Miguel Hernández

                                                                                                                                                                   

¿Te acordás cuando vivíamos en la calle Asunción? Teníamos una pared de por medio nada más. Un día apareciste de la nada. Tu madre, mi tía Conchi, llegó contigo en las manos y yo no sabía entender de dónde habías salido. Con un año y poco no se tiene conciencia de la complejidad de un nacimiento... y menos de la forma en que nos criaron.

Y así fuimos creciendo. Recuerdo siempre que tenías mi misma altura, a pesar de ser yo un año y ocho meses mayor.

¿Sabés? El sábado pasado hizo la comunión Juan Pablo. ¡Ya tiene diez años! Aún me parece increíble. ¿Te acordás cuando estábamos juntos en su bautizo? Habías desaparecido durante un tiempo por todos los problemas de pastillas que habías tenido. En la cena, María José -que por cierto también se casó el año pasado- se acordaba de cuando nos liábamos a trompadas en Castelar... Aún no se me quita de la mente el día que por una de esas peleas te cortaste el pie con un vidrio.

Me acuerdo también cuando te fui a buscar a tu casa de Urquiza, porque nadie sabía cómo hacer para que te alejaras de esos amigos que andaban metiéndose anfetas. Todavía recuerdo cuando los vi después de tantos años. Ahí me dí cuenta que no eras vos el culpable, que al lado suyo lo que te pasaba a vos era nada.

Un día te fuiste de repente. Dejaste todo y te fuiste a Mendoza, luego por Córdoba, y terminaste en Rosario... Te desintoxicaste, te casaste y tuviste un niño que no pude conocer, porque yo también me había ido.

Me enteré que te separaste, que te volviste a casar -o a juntar, no lo sé- y que tuviste una niña.

¡No sabés cuántas cartas tengo escritas por la mitad para mandarte! Nunca tuve el valor de mandártelas. Siempre he admirado tus ganas de ser mejor, tus ganas de salir de esa vida de mierda que algún ser injusto te condenó a vivir. He admirado ese valor para dejar todo e intentar dar un vuelco a tu vida.

Ahora ya vivías en Rosario, tenías un trabajo, y un tercer niño que viene de camino.

Ahora ya estabas estabilizado, eras un HOMBRE con todas las mayúsculas.

Ahora ya empezabas a ser feliz.

Y ahora ese ser injusto te pone un tumor en la cabeza y sin que los médicos puedan hacer nada, un derrame te aleja de nosotros para siempre.

¿Quién me va a hablar de Dios ahora? ¿Quién es Dios para condenarte a una vida de perros? ¿Y quién carajo se cree Dios que es para dejarme sin ti, sin siquiera poderte decir adiós?

Tantas cosas que tengo que decirte ¿Cómo te las digo ahora?

Mi querido primo, compañero de infancia, amigo de toda la vida; esperame allá en dónde estés, que si existe en algún sitio un ser justo te pondrá un paraíso para ti solo, en donde nunca más sufrirás la vida que has sufrido. Y cuando pueda llegar allí dejame, aunque no lo merezca, unos minutos con vos; que nunca he podido decirte lo que te quiero, que nunca he podido decirte lo que te admiro.

Tu primo, Manu

En Conil, el 21 de Mayo de 1999
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Adiós Juan José Nemi Escarcena
Buenos Aires, 14 de Diciembre de 1.967
Rosario, 13 de Mayo de 1.999











Juanjo y yo el 19 de Abril de 1987 

domingo, 24 de mayo de 2015

Los tibios

Todo es relativo, eso cualquiera que se haya detenido un poco a mirar lo que ocurre cotidianamente lo debe saber. Hoy leía a Israel Alonso mencionando una canción de “Heroes del silencio” “detesto a los tibios de vocación / y dicen que a la fuerza ahorcan”

Como siempre habrá que saber, antes de ponernos a gritar, qué es un tibio. Buscando el entorno de la frase de Bunbury, entriendo como tibio aquel que no se define, alguien al que le resulta más sencillo que otros piensen por él y va detrás del jefe balando la misma sintonía que el resto del rebaño. No sabe qué dice ni por qué lo dice. Cree fehacientemente que gracias a su jefe su entorno sobrevive y se reproduce, aunque su jefe sea el mismísimo lobo.
Hasta aquí yo también detesto a esos tibios. Esos que discutían conmigo sobre literatura sólo porque se habían leído “Raíces” que pesa diez veces más que “Historia de Cronopios y de Famas”. Esto que comento no sólo es cierto, si no que además es verídico.
Hoy estamos rodeados de esos tibios que, para colmo, cuentan con herramientas tecnológicas que elevan su mediocridad a límites insospechados y se sacan de la página más apócrifa de internet noticias, ensayos y ¡hasta análisis científicos! que pueden demostrar que si te tiras un pedo todos los días después de comer no vas a sufrir cáncer de próstata o que si comes sandía con vino tinto te mueres (te morís, que me diría, Charly Sterposo)
Yo ya estoy un poco viejo y se me acaba la energía muy pronto. Ya no cojo esos sofocones, que tal vez con treinta y pocos que tiene Isra también los cogía y tal vez peores. Ahora los miro, sonrío y le aplico algo leí alguna vez por ahí:

- ¿Usted como se conserva tan joven?
- Pues mire, no discutiendo con nadie
- Pero hombre, por eso no será
- Pues no será por eso

Trato de escuchar a todos los que hablan conmigo, porque de todos se aprende. No reniego del inculto ni del analfabeto, ya que yo lo soy en miles de aspectos. Todos tienen su don que podría aportarme un poquito más de sabiduría. 
Eso si, exploto, por ejemplo, con el que se cuela por mi agencia a enseñarme turismo y decirme cómo debo hacer mi trabajo después de estar más de 21 años en el sector y habiendo mamado de mi padre que entró en turismo nada menos que en el año 1964. Como otros, que el otro día en la feria del libro le indicaban a Mel y a otros dibujantes profesionales como la copa de un pino, cómo debían hacer la viñetas... Y yo aguantándome a mi mismo para no darle un guantazo ante tamaña falta de respeto.
A esos “individuos” 
 -y perdonen por la palabra- yo no los llamaría tibios. Simplemente son necios que unifican en su actitud todas las acepciones del significado de la RAE:

Aysss... Y aquí entramos en lo que es mi opinión y que comenzará, tal vez, una discusión.
Hay muchas personas con un criterio, a mi juicio, equivocadas. Siempre me ha gustado el juego de la mano para demostrar que la verdad no es una y que varias personas pueden decir cosas distintas y todas decir la verdad. En este juego uno se pone frente a otra persona, estira la mano y, guardando el dedo pulgar en la palma, le muestra el dorso de la mano a la persona que está enfrente. La pregunta: ¿Cuantos dedos ves? Me dirá cuatro y será verdad. Yo le diré que veo cinco, y también será verdad.
Ahora comienza la complejidad de la empatía, de ponerse en el lugar, tiempo y situación de la otra persona. Hasta ahí fácil, cualquiera con un poco de sentido común puede hacerlo. Pero cuando uno debe ponerse en la capacidad intelectual, razonamiento e inteligencia del de enfrente ya la cosa roza la utopía.
¿Cómo poderse meter en la historia vivida por esa persona, en su educación, en su culturización? Hay personas que tienen argumentos muy firmes para ser por ejemplo de derechas, ser capillita o ir a misa todos los domingos y, siempre desde mi humilde juicio, tienen todo el derecho de hacer lo que les plazca. Su libertad de criterio es mi libertad de criterio. Incluso puedo ser amigo de ellos porque no necesariamente nos puede unir una inclinación política.

Dicen que Voltaire dijo:
No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo.”
Por cierto, otros dicen que lo dijo Quevedo.

Creo que se debe saber escuchar hasta lo que no nos gusta, ya que siempre se aprenderá algo; aunque sea aprender lo que no debo o quiero hacer. En mi caso, hasta hace poco creía que los de derecha eran unos pésimos gestores culturales y de libertades, pero unos excelentes economistas (hasta que llego Rajoy y sus secuaces) y los de izquierda todo lo contrario.
Hasta aquí podemos sentarnos Israel y yo a discutir horas y horas.

Y entonces cuando estoy defendiendo la pluralidad de pensamiento es cuando aparecen nuestros antes mencionados necios a llamarnos “perroflautas” si compartimos las ideas del 15M, bolivarianos si no condenamos una democracia como la venezolana o la de Argentina, de antisistema si decimos que puede existir una democracia mejor y más representativa, proetarra si decimos que los terroristas son unos asesinos, pero también son personas y tienen derechos... Y así un largo etcétera, intentando censurar nuestro criterio, pero poniendo el grito en el cielo clamando por la libertad de expresión si criticamos ese menosprecio a nuestra opinión.

Desgraciadamente para la necedad no hay remedio conocido.

A veces me gustaría que uno de esos individuos se metiera en mi cabeza y contemplara la elaboración de mis pensamientos y criterios. Debates internos complejísimos tan solo para decidir si desayuno un mollete o una viena, si con mantequilla, con paté o con jamón y tomate. Todo un desgaste de energías en ese torbellino de neuronas que muchas veces me dan más tormento que beneficios me otorgan.
Sinceramente dudo mucho que alguno salga cuerdo de tal experiencia... Cosa que, por otro lado, me lleva a dudar también de mi cordura

En resumen, Isra: No merece la pena ni siquiera cabrearte. Ten a los necios ahí, sopórtalos tal y como son y tal vez un día alguno diga alguna genialidad (me contaron que una vez uno lo hizo, pero no he podido contrastar fuentes) y te cambie el criterio.

O tal vez no